26 sept 2012

Por un Realismo Épico

Al empezar a leer y a tomar conciencia literaria, un escritor busca con ansiedad un referente estético, alguien a quien parecerse. En este punto, es equiparable con el infante que remeda los procedimientos y manías paternos, convirtiéndose en una divertida y espontánea sombra en miniatura de estos. Aún no existe una independencia creativa, lo que juntado con la admiración que siente por sus lecturas de cabecera lo aboca a una mendicidad de la que sólo podrá salir gracias a sus años y a su grado de talento, si lo tuviere.

Esa etapa de maduración se parece menos a un proceso de imitación infantil e inconsciente y más a una febril abjuración a la que no se le atisba un final. Se empieza a desestimar a este y a aquel, al de aquí y al de allá, y de pronto no hay más que un paisaje ruinoso: el escritor se cansa de buscar alguien a quien parecerse y de no parecerse a nadie. El siguiente paso se produce como una alternativa doble y sin vuelta atrás: o encuentra su propio estilo, una estética que desarrollar durante años o incluso décadas, o resulta que carece del elemento genuino que hace de un buen escritor un gran escritor.

Tras haber experimentado una trayectoria más o menos como la que se describe, tras haber perseguido algunos referentes que luego eran depuestos, llegué más o menos a un pacto conmigo mismo. Pero eso no ocurrió como una inspiración espontánea, sino a medida que trabajaba en mi novela, 'Porvenir', y sobre todo, a medida que le aplicaba las correcciones de turno. Fue entonces cuando empecé a preguntarme cómo podría calificarla estilísticamente  y, además, si después sería una idea germinal que me sirviese para desarrollar otras obras.

Se me ocurrió que el marbete Realismo Épico se ajustaba tanto a lo que había escrito como a lo que pretendía escribir en el futuro. Pero no sin antes cuestionarme por qué Realismo y por qué Épico.

Realismo: realidad, reproducir lo que se ve, contar historias ajustadas a la calle, verosímiles respecto al contexto del que provienen. Pero esto no resulta tampoco nada del otro mundo, puesto que la mayoría de la literatura que se hace es realista. El realismo, según sea tratado, puede ser oportuno o no. El realismo como fin produce obras interesantes; el realismo como medio (de entretenimiento, por ejemplo) desemboca en la irrelevancia. Es decir, el objetivo que me propongo consiste en ser vocacionalmente realista y en escribir para plasmar el problema que plantea lo real.

Por otro lado, lo Épico deriva de un intento de rescatar el sentido heroico de la vida. Lo cotidiano, tal y como es experimentado hoy, no invoca una percepción semejante, se vive como una sucesión de acontecimientos más o menos programados: la adolescencia y sus locas aventuras, la madurez y la universidad, el trabajo, la trayectoria profesional, la familia o la vejez. Tendemos a vislumbrar en periodos lejanos una épica absoluta y a considerar el nuestro como normal. Pero no es así. Lo Épico, hoy, proviene del esfuerzo que supone realizarse personalmente y de las profundas implicaciones psicológicas y sociales que posee la búsqueda de esa realización.

En la era de lo relativo, nada es suficientemente fiable, por lo que la vida se presenta como un proceso de conquista de lo estable. Y es en ese desfase donde aflora la épica: en tratar de vivir conforme a lo que uno considera que es justo, en ceñirse a unos principios que son estimados pero que friccionan de continuo con los problemas concretos. Hoy, en la supuesta y llamada época de la libertad y la democracia, el conflicto interior se presenta como el principio de la utopía. El conflicto interior es la fuerza contrapuesta a una existencia sosegada, hedónica, encasillada en una mera oferta de ocio y consumo.

Por tanto, el Realismo Épico debe buscar la representación de lo real en el marco del inconformismo y la imaginación, tender puentes entre la banalidad y la trascendencia y profundizar en la exploración y anhelo vitales del éxito moral.