15 oct 2012

Enseñar literatura al revés

A la hora de enseñar literatura, existen dos opciones: entenderla como un acto o como un monumento. Como algo cercano o como algo distante. Como un código que da acceso a la realidad o como un código indescifrable. Más allá de cualquier retórica, la literatura que se aprende y se ha aprendido en la escuela y en el instituto ha atendido más a la jerarquía artística que a la lógica de la pedagogía. Es decir, lo primero antes que nada, los clásicos; luego, todo lo demás. Pero curiosamente la virtud de los clásicos nada más es apreciable mediante la experiencia y la madurez lectoras, y no desde el candor infantil o adolescente. Además, la imposición del gusto sólo puede generar percepciones erróneas de lo que es la literatura.

¿Quijote? ¿Shakespeare? ¿Homero? ¿A alguien se le ocurre empezar a enseñar matemáticas con ecuaciones de tercer grado? ¿Algún profesor de ciencias sociales inicia a los escolares en la Historia a través de las causas que llevaron a la II Guerra Mundial? ¿Se aprenden las ciencias de la naturaleza a partir de la física y de la química, así a pelo? ¿Por qué, entonces, Quijote y Garcilaso para empezar, y Galdós, Clarín y Unamuno para seguir?

La literatura es, antes que monumento, acto, con lo que invirtiendo los pasos les estamos escamoteando a los alumnos el eje de su sentido.

¿Por qué y para qué se escribe? ¿Sobre qué se escribe hoy? ¿Quién escribe hoy? ¿La literatura es sólo sobre personajes, o habla también de las personas? Preguntas tan básicas deberían orientar un poco más las programaciones, que siempre proscriben la parte final de los libros de lengua y literatura para los alumnos más curiosos, ya en junio o julio.

¿Monumento o acto? Dependiendo de la respuesta, los alumnos aprenderán a ser simples testigos o copartícipes de la misma.


No hay comentarios:

Publicar un comentario